miércoles, 29 de junio de 2016

Renovarse o morir


Innovar está de moda. Estamos cambiandolo todo. La forma en la que nos relacionamos con el mundo, nuestro vocabulario, nuestra forma de ver las cosas.

Lo antiguo parece ya deshechable si no se renueva. Necesitamos nueva política, nuevas ideas, nuevas empresas, nuevos retos. En realidad esto no es nada nuevo, se llama crisis, y ocurre a diferentes niveles. Las personas tienen crisis, las relaciones tienen crisis, las sociedades tienen crisis, e incluso las civilizaciones tienen crisis.

Pero, en primer lugar debemos entender qué es una crisis, de qué hablamos al emplear este término últimamente tan asociado a las disciplinas económicas.

Una crisis es ni más ni menos que un punto de inflexión. Un momento en el que un sistema ve alterado su estado estable, referido cultamente como "status quo", y se ve obligado por tanto a cambiar. 

El término se aplica en muchos campos, y normalmente hace referencia a situaciones difíciles, y esto no es más que por su incertidumbre intrínseca. Una crisis es un proceso de cambio cuyo desarrollo nos es imposible predecir con certeza, y por tanto esto lo convierte en algo arriesgado, en cualquiera de sus ámbitos. 

Una persona, por ejemplo, puede pasar por una crisis de identidad. Habiendo visto trastocado su sistema de valores o sus objetivos vitales, no sabe hacia dónde encaminar sus pasos y necesita de nuevas ambiciones para poder desarrollarse como persona. Esto implica un cambio, y puede ser un cambio grande. 

Estas crisis ocurren también en las sociedades. En nuestro caso empezó con la crisis económica, que ha demostrado convertise en una crisis social, política y de valores. El desarrollo del estado de bienestar tal y como lo conocíamos llega a un punto insostenible, de modo que empieza a fallar por lo que era la base de su baluarte, la economía. Al rescate de esta sale la política, que pronto se ve enfangada igual. El descontento de la población ante tal situación provoca la crisis de identidad de la sociedad, que comienza a plantearse la situación en unas dimensiones que antes no se cuestionaba.

Pero toda crisis tiene una doble vertiente. Es una situación de riesgo e incertidumbre, lo que implica que también es una oportunidad de desarrollo y mejora. Es la oportunidad de renovarse, de aprender y crecer, de perfeccionar y buscar nuevos caminos. ¿Quién hubiera podido predecir el panorama político español hace dos años? El fin del monopolio del bipartidismo y el enorme auge de nuevos partidos y movimientos ciudadanos es sin duda una de estas formas de provocar el cambio que acabe con la crisis y conduzca a un nuevo "status quo" diferente del anterior.

Sin embargo, el periodo de transición, el momento del cambio, es arduo, complejo y lleno de escollos. Se intentará, lo viejo se resistirá a desaparecer, como ya hemos visto, aunque no pueda reconstruirse, y lo nuevo sufrirá reveses, caerá, se levantará de nuevo. Pero, para bien o para mal, la situación terminará por resolverse. 

Esta certidumbre de resolución es peligrosa, pues puede resolverse en nuestra contra. La diferencia está en buscar las oportunidades y saber aprovecharlas, y en no desfallecer. Porque si nos caemos es para aprender a levantarnos.

lunes, 27 de junio de 2016

El bipartidismo contraataca


Comparación de los resultados del 26-J y el 20-D
Fuente: El País

Los resultados de las elecciones generales del día 26 de Junio arrojan unos resultados que muy pocos esperaban. El bipartidismo, y especialmente el PP, sale reforzado, incluso con un PSOE que pierde escaños. Unidos Podemos se queda con los mismos escaños que sumando los de Podemos e Izquierda Unida de las pasadas elecciones, habiendo perdido al rededor de 1.300.000 votos para la coalición. Con Ciudadanos también a la baja, perdiendo hasta 8 escaños, suponen unos resultados desilusionantes para las fuerzas emergentes que creían haber mejorado sus posiciones respecto al 20-D, especialmente la coalición de Unidos Podemos, que todas las encuestas daban como segunda fuerza, acercándose al PP por momentos, incluso en las realizadas a pie de urna.

Desde los colectivos de Podemos ya surge la duda sobre la fiabilidad de los resultados, exponiendo razonamientos más o menos acertados, sobre los que hablaré en otro artículo. Sin embargo, los resultados que arrojan estas elecciones no son tan distantes de las del pasado dicienmbre, donde el bipartidismo también mantuvo el tipo bastante bien. Bien se podría argumentar que en las pasadas también hubo una alteración de los resultados, pero pongo en duda que ello supusiera que no hubiera habido millones de personas que aún hubieran votado al bipartidismo.

Y es que parece que casi una década después de la crisis econímica que se ha visto que es una crísis de régimen, de una corrupción institucional galopante por parte de ambas formaciones mayoritarias, entre otras, de aceptar sin más todas las políticas austericidas impuestas por la corriente neoliberalista europea, de la desindustrialización del país, del paro juvenil superando el 50%, la emigración masiva, la precariedad de la sanidad, la educación y las pensiones, el problema de los refugiados, y otros tantos síntomas de la podredumbre del sistema, la mayoría social sigue con miedo al cambio.

La gran pregunta es ¿Por qué? ¿De dónde viene ese miedo? porque cuando uno ve las grandes cadenas de televisión y los medios de comunicación, está claro que muchos de estos tratan de intimidar a la población contra el cambio, no sea que se nos caigan los mercados, los bancos se hundan y se acabe el mundo. Pero ante la exageración mediática, por no hablar de manipulación, está el propio razocinio, la formación y la conciencia de uno mismo que se resiste a ser engañada y que verifica los datos que recibe, los contrasta y comprueba en base a la experiencia empírica si todo eso que cuentan es verdad. ¿No?

Muchas veces, cuando esto sucede, se atribuye todo el problema a la incultura de España, y es que nuestros jovenes siempre tienen peores resultados en lo académico, estadisticamente, en comparación con nuestros vecinos europeos. ¿Pero qué supone esto de verdad? En la mayor parte de Europa siguen ganando los partidos de siempre, los de centro derecha. En Alemania, tenemos a la CDU, o Unión Democrática Cristiana, el Frente Nacional creciendo en Francia, el nacionalismo ganando terreno en Inglaterra y los partidos xenófobos al alza en los paises nórdicos, no parece ser este un problema único de España.

¿Cuál es entonces el verdadero problema? Mentiría si dijera que lo se a ciencia cierta, pero algunos indcios y patrones que se repiten a lo largo de la historia nos pueden ayudar a analizar la situación. En primer lugar vemos que en situaciones de dificultad, como la pérdida de poder adquisitivo propiciada por las políticas de austeridad y la inestabilidad en los mercados, se tiende a culpar a factores externos, uno de los cuales es la inmigración, a la que muchas veces se le atribuye el aumento del paro, y por ende la pérdida de riqueza de la población. Esta conclusión, por supuesto falaz aunque conveniente para algunos, impulsa los movimientos xenófobos de la derecha.

Pero no toda la cuestión se dirime en base a esto. En otras ocasiones, el miedo a la incertidumbre que supone un cambio drástico también frena cualquier intento de modificación de un sistema, especialmente de las personas cuya cultura se ha formado en ese mismo sistema. Y es que creo que este es el principal rival a batir, la cultura. Por supuesto, no la cultura en general, que es un gran instrumento para la humanidad, si no una cultura determinada. Al fin y al cabo no se habrá completado el cambio de paradigma hasta que la cultura popular no haya sufrido un los cambios que se pretenden en las instituciones.

Es la cultura surgida después del derrumbe del bloque soviético, esa cultura que trajeron los vencedores, la que impera ahora. La cultura en la que tildar a alguien de comunista es casi un insulto, en la que se habla de gente con éxito y fracasados, en la que las políticas sociales van cada vez a menos y en la que vemos que los Estados pierden poder frente a las empresas. Esa es la cultura postmoderna y neoliberalista. Más que luchar contra el PP, o contra el PSOE o contra los partidos de derechas, debemos luchar contra nosotros mismos, contra esa cultura en la que crecemos. Debemos crear una contracultura más igualutaria, social y respetuosa, que prefiera la cooperación a la competición, y el bien general al bien individual.

Es esa cultura la que debemos cambiar, y eso es mucho más dificil que cambiar un gobierno, y encuentra las mismas o más resistencias. Requiere tiempo, esfuerzo y dedicación, pero no es imposible, e implica un cambio más duradero y establecido. Eso es a lo que hoy en día se llama "construir desde las bases", fomentando esa cultura, ese cambio de ideario colectivo, donde cuando pensemos en una persona de éxito no pensemos en alguien con traje y corbata, una vida de lujos y los bolsillos llenos, si no en alguien que aporta un gran valor a su sociedad, una persona sabia y de confianza, querida por sus conciudadanos.

jueves, 23 de junio de 2016

El camino hacia una democrcia directa

Asamblea del movimiento 15-M en Valencia, un ejemplo de democracia directa


En su definición etimológica, democracia es una palabra que proviene del latín, y anteriormente del griego clásico, y podría interpretarse como "el gobierno del pueblo". Pero esta definición de diccionario se puede quedar más bien corta para interpretar los diferentes sistemas políticos que han tomado este nombre. Así que vamos a analizar más a fondo qué es la democracia y cómo funciona.

El modelo de gobierno democrático comenzó en Atenas, durante el siglo V a.c., y tuvo un recorrido de alrededor de 200 años, algo más de lo que tienen las democracias modernas. En este tiempo, Atenas fue una ciudad floreciente, mucho más grande que sus vecinas. Con una población aproximada rondando los 250.000 habitantes, unas 100.000 personas eran ciudadanos atenienses, de los cuales unos 30.000 eran varones adultos con derecho a participar de forma activa en la política, una de las principales contrapartidas de este sistema democrático, que lo convertía en un sistema muy limitado en su participación.

Sin embargo, la estructura era, dentro de las limitaciones ya mencionadas, bastante fluida y horizontal. La asamblea la conformaban todos los ciudadanos que poseyeran derecho a participar en ella, sin intermediación de representantes. Entre estos se presentaban mociones e ideas, se votaban, se debatía y se tomaban decisiones. No existían los partidos, tal vez los ciudadanos pudieran agruparse en base a su forma de pensar, pero no existía una estructura rígida que pudiera polarizar el discurso o limitarse a una única idea grupal, y los cargos eran en su mayoría elegidos por sorteo, quedando siempre supeditados a la voluntad de la Asamblea.

Mientras que hoy en día en nuestra cámara los parlamentarios han de ceñirse al voto que dicta el partido, en el sistema clásico cada ciudadano era libre de votar lo que consideraba oportuno, y en la asamblea se producían auténticos debates, no escenificaciones como podemos observar hoy día en nuestro parlamento, donde prácticamente queda claro de antemano qué votará cada uno de nuestros representantes.

Este sistema, de votación directa, se empela hoy día en diversas organizaciones, como puedas ser asociaciones asamblearias o partidos políticos que actúan de esta forma en sus congresos. Sin embargo no es un sistema que se haya empleado para los órganos estatales, tan siquiera locales. Usualmente la explicación para esto es la gran dificultad que supone un sistema de democracia directa, es decir, no representativa, en nuestra sociedad moderna, donde la ciudadanía es mucho más numerosa. Este argumento es el que blanden aquellos que defienden la democracia representativa, que aleja a los ciudadanos de la política de sus ciudades y del Estado, añadiendo intermediarios que son elegidos por éstos cada cuatro años, a lo que parece limitarse su participación en el sistema democrático.

Sin embargo, esto no es cierto. En primer lugar veamos que Atenas no era precisamente una ciudad pequeña, y que en su asamblea participaban varias decenas de miles de personas. Pero podemos fijarnos en ejemplos más recientes. Bien podríamos nombrar la comuna de París, pero entraré en más detalle en un futuro. Sin embargo sí me gustaría presentar un caso más cercano a la democracia española, como es el caso suizo. En Suiza emplean un sistema parlamentario federal, donde el poder legislativo recae en las dos cámaras que componen la Asamblea Federal de Suiza. El poder judicial es completamente independiente del Ejecutivo, disponiendo de un sistema judicial en cada cantón, contando además con un Tribunal Federal elegido por la Asamblea Federal. La constitución está protegida de tal forma que cualquier cambio en la misma debe ser aprobado en referendum, pudiéndose también solicitar un referendum facultativo para realizar cualquier cambio en la ley, en cualquiera de los niveles administrativos. Esto convierte al sistema suizo en el más próximo en la actualidad a una democracia directa.

Cierto es que Suiza sigue teniendo una población menor que la española, pero su sistema administrativo tiene una estructura equiparable, dividido en nivel federal, cantonal y municipal, lo que hace pensar que un sistema similar podría bien aplicarse en nuestro país. Sin duda, esto es solo un ejemplo de que podemos lograr un sistema donde la ciudadanía vea aumentado su poder de decisión, de forma que la política no quede únicamente en manos de burócratas y tecnócratas, si no que se ejercite una verdadera soberanía nacional. Sin embargo la voluntad de cambio ha de venir de abajo, del pueblo que desee tomar las riendas de su país.

Este es solo un primer acercamiento a una cuestión, el desafío democrático, que pretendo abordar con más profundidad en varias partes. He planteado unos argumentos iniciales, unos ejemplos presentados de forma somera, por ahora, y una conclusión sobre la que construir. Aún tenemos mucho trabajo por delante si deseamos lograr el objetivo de una soberanía nacional efectiva, y para ello deberemos construir un sistema cimentado en la voluntad popular, que vendrá de la mano sin duda de una cultura del empoderamiento ciudadano y del trabajo común desde muchos sectores.


lunes, 20 de junio de 2016

Si no lo se, mejor no me lo invento

El desconocimiento parece ser un tema tabú en nuestra sociedad. Qué pocas veces habré escuchado a alguna personalidad responder "no lo se" a una cuestión, para en cambio ofrecer una sarta de oraciones escasas de contenido que venían a no decir nada. Sin embargo, no parece éste un problema moderno, ya que este tipo de contestación, la sincera admisión del desconocimiento, parece prohibida desde que los sofistas enseñasen oratoria a los más eminentes ciudadanos de Atenas.

Sin embargo, en otro ateniense ilustre encontramos el enunciado que expone uno de los pilares de la humanidad. "Yo solo se que no se nada", la archiconocida cita de Sócrates recogida en los escritos de Platón sobre éste filósofo griego nos remite a la humilde afirmación del desconocimiento propio, una cualidad, a mi entender, característica del ser humano, y que nos acompaña a lo largo de toda nuestra vida.

Nacemos con poco más conocimiento que el que nuestros instintos nos aportan, aprendemos a lo largo de nuestras vidas, e incluso en el proceso nos damos cuenta de que algunas cosas de las que creíamos saber estaban erradas, y las sustituimos por conocimiento nuevo. Y aún tras una larga vida de estudio y aprendizaje, lo que desconocemos al final es aún mayor que lo que creemos saber.

Digo creemos porque incluso carecemos de certeza absoluta de que lo que sabemos sea verdaderamente cierto, como ya señalaba el filósofo alemán Friedrich Nietzsche, al distinguir entre la verdad en sentido moral y en sentido extramoral. La primera de éstas es aquella que surje del acuerdo entre personas, estableciendo nuestras propias verdades en base a las evidencias de las que disponemos. La segunda es la verdad absoluta, una máxima a la que los humanos no podemos acceder por nuestras limitaciones, que nos impiden comparar nuestro conocimiento con otra verdad superior.

Por tanto, aquello que nosotros llamamos conocimiento no es si no un cúmulo de creencias más o menos cimentadas en argumentos basados en nuestras experiencias y en la información que extraemos del mundo que nos rodea. Y no es si no el desconocimiento lo que nos impulsa desde siempre a indagar y obtener más información, para acercarnos lo más posible a conocer aquello que nos rodea. Es gracias a que no sepamos que nos vemos impelidos a buscar el conocimiento.

Así, podemos pensar que no es ningún signo de debilidad admitir que no lo sabemos todo, que tal vez algo pueda escapársenos, que necesitamos consejo o investigar un tema para obtener más información.

De modo que, alguien que afirme estar en posesión de la verdad absoluta ha de ser, por necesidad, un necio o un loco. O bien está tan loco como para creer de verdad estar en posesión de la verdad absoluta, o bien es tan necio como para creerse capaz de engañarnos con una actitud semejante. Sinceramente, confiaría más en una persona que, cuando recibiera una pregunta sobre un tema que desconoce o sobre el que no tiene suficiente información, en lugar de lanzar una frase prefabricada para salir del aprieto, dijera sencillamente "no lo se".

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