En la archifamosa frase de Sun Tzu, en su obra El arte de la guerra, decía que si uno se conocía bien a si mismo, y a su enemigo, aún enfrentándose en cien batallas, nunca sería derrotado. Este precepto ha sido a lo largo de los siglos aplicado a muy variados campos, no solo el militar, dando pie a ser entendida en muchos contextos.
Sin duda, es una gran verdad que conocernos a nosotros mismos, nuestras capacidades, fortalezas y nuestras debilidades, nos ayuda enfrentarnos mejor al mundo. Conocer los peligros, los riesgos que nos rodean también es muy iportante. Cuando estos peligros son otros grupos humanos, entender sus motivaciones, objetivos y recursos es muy importante para delimitar su impacto y prever su actuación, entender el patrón por el que se mueven. Un mal análisis puede llevarnos a conclusiones erroneas, y por tanto a acciones que no nos ayuden a solventar el problema, y tal vez puedan mantenerlo o agravarlo.
En el caso que nos ocupa, como supongo que ya habréis adivinado, pretendo aplicar este precepto a una amenaza que azota a Europa en estos últimos años, y que ha generado un gran revuelo en la última semana, y que sin duda tendrá un importante calado en las políticas de defensa y relaciones exteriores de la Unión. Como no, me refiero al Estado Islámico.
Como ya he dicho anteriormente, el primer paso para afrontar un problema es un correcto análisis del mismo. Por lo tanto debemos definir qué es el Estado Islámico, quien lo compone y culaes son sus objetivos. Y muy importante, por los errores que pueda conllevar un mal estudio del problema, qué no es, o quienes no componen, esta organización terrorista.
El DAESH, llamado así por sus siglas en inglés, es una organización fanática religiosa, que lucha por la construcción de una teocracia basada en una rama extremista del Islam, que ha llegao a formar un ejército y ha atacado multiples poblaciones en oriente medio, causando incontables muertos entre la povlación musulmana de esta región y llegando a controlar amplios territorios dentro de Siria e Irak, robándoselos a estas naciones por la fuerza de las armas.
Así, el Estado Islámico pretende subyugar a todos los musulmanes, a los que pretende obligar a jurar lealtad al Califa (cabeza política y religiosa del Estado) nombrado por ellos y lograr controlar todos los territorios que consideran parte de su califato.
Sus enemigos son, por tanto, los estados que se localizan en lo que ellos dicen que es por derecho territorio de dicho califato, en su mayor parte naciones principalmente musulmanas, salvo por España y la Península balcánica, así como los aliados de estas naciones. Es en este punto donde tachan como enemigos las naciones europeas.
Su actuación fuera de la franja de guerra es, sin embargo, muy distinta. Como se ha podido ver, disponen de expertos en redes sociales y medio de comunicación, emplean diversos materiales audiovisuales y escritos para captar "soldados" solitarios. Sus mecanismos de captación, claramente sectareos, suelen ir dirigidos a individuos en situación de exclusión social, como se observa en los perfiles de los terroristas encontrados en Europa. Cuando pretenden formar una célula estable en un país extranjero, emplean a ciudadanos europeos retornados de Siria e Irak para la captación y la creación de pequeños grupos.
En este mes sin duda Europa ha sufrido un golpe tras otro, lo que ha provocado un estado de alerta constante. Desde el atentado de Niza, se han sucedido las noticias relacionadas con agresiones y asesinatos, especialmente esta pasada semana, cuando Alemania vivía unos trágicos días especialmente violentos.
Sin embargo, se hace mal en meter todos estos ataques en el mismo saco, y solo se da alas a los terroristas y a los posibles futuros reclutas de esta organización criminal. La cultura del odio solo engendra más odio. Dos de los cuatro ataques no tienen ninguna relación con el estado islámico, pero se están utilizando para cimentar la xenofobia, dando alas a la ultraderecha europea.
Pero la criminalización de todos los ciudadanos que profesen una determinada religión o tengan unos orígenes étnicos comunes no nos llevará a acabar con la violencia, como ya se ha visto en tiempos pasados, si no que engendrará más. Si marginamos cada vez más a esta población, no haremos sino lograr que sea más fácil que engrosen las filas de aquella secta que pretenden volverlos contra sus conciudadanos para que causen atentados terroristas. Esta organización ha demostrado una preocupación nula por el bienestar de sus integrantes, y de hecho se estima que el tratarse de atentados suicida supone un gran ahorro para la organización, dado que el coste máximo de un ataque se reduce al carecer de plan de huida.
Somos nosotros quienes deberíamos preocuparnos de evitar esta captación, de evitar las situaciones de marginalidad y opresión que pueden llevar a una persona a considerar como enemigo a la gente con la que convive. Esto no implica tratarlos siempre de forma deferente o prioritaria, como argumentan muchos partidarios de las políticas ultraderechistas para atacar a las políticas más integradoras, implica tratarlos como a iguales, en derechos y en deberes, a los demás ciudadanos europeos, sin importar su raza o credo.
No es la inmigración la que causa la pobreza en Europa, es la política neoliberal austericida, la importación de ideas de competitividad frente a la cooperación, la corrupción de las instituciones y en cierta medida de la población, y la incultura y escaso movimiento de la misma. El paro no es consecuencia de un aumento de la inmigración, sino causa de las políticas laborales erradas que se llevan sucediendo durante décadas, de la creencia en un sistema financiero puramente especulativo y la pérdida en prestaciones sociales.
Tratar a nuestros vecinos como enemigos no nos ayudara sino a que en un futuro puedan llegar a serlo. La guerra hemos de hacerla contra aquellos que provocan el problema, enfrentándonos a los que financian al EI, a los que lo lideran y a los que pretenden imponer una dictadura religiosa subyugando a millones de musulmanes en el proceso. Por eso es importante conocer a nuestro enemigo, y más aún, saber quién no lo es.
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