
Lo antiguo parece ya deshechable si no se renueva. Necesitamos nueva política, nuevas ideas, nuevas empresas, nuevos retos. En realidad esto no es nada nuevo, se llama crisis, y ocurre a diferentes niveles. Las personas tienen crisis, las relaciones tienen crisis, las sociedades tienen crisis, e incluso las civilizaciones tienen crisis.
Pero, en primer lugar debemos entender qué es una crisis, de qué hablamos al emplear este término últimamente tan asociado a las disciplinas económicas.
Una crisis es ni más ni menos que un punto de inflexión. Un momento en el que un sistema ve alterado su estado estable, referido cultamente como "status quo", y se ve obligado por tanto a cambiar.
El término se aplica en muchos campos, y normalmente hace referencia a situaciones difíciles, y esto no es más que por su incertidumbre intrínseca. Una crisis es un proceso de cambio cuyo desarrollo nos es imposible predecir con certeza, y por tanto esto lo convierte en algo arriesgado, en cualquiera de sus ámbitos.
Una persona, por ejemplo, puede pasar por una crisis de identidad. Habiendo visto trastocado su sistema de valores o sus objetivos vitales, no sabe hacia dónde encaminar sus pasos y necesita de nuevas ambiciones para poder desarrollarse como persona. Esto implica un cambio, y puede ser un cambio grande.
Estas crisis ocurren también en las sociedades. En nuestro caso empezó con la crisis económica, que ha demostrado convertise en una crisis social, política y de valores. El desarrollo del estado de bienestar tal y como lo conocíamos llega a un punto insostenible, de modo que empieza a fallar por lo que era la base de su baluarte, la economía. Al rescate de esta sale la política, que pronto se ve enfangada igual. El descontento de la población ante tal situación provoca la crisis de identidad de la sociedad, que comienza a plantearse la situación en unas dimensiones que antes no se cuestionaba.
Pero toda crisis tiene una doble vertiente. Es una situación de riesgo e incertidumbre, lo que implica que también es una oportunidad de desarrollo y mejora. Es la oportunidad de renovarse, de aprender y crecer, de perfeccionar y buscar nuevos caminos. ¿Quién hubiera podido predecir el panorama político español hace dos años? El fin del monopolio del bipartidismo y el enorme auge de nuevos partidos y movimientos ciudadanos es sin duda una de estas formas de provocar el cambio que acabe con la crisis y conduzca a un nuevo "status quo" diferente del anterior.
Sin embargo, el periodo de transición, el momento del cambio, es arduo, complejo y lleno de escollos. Se intentará, lo viejo se resistirá a desaparecer, como ya hemos visto, aunque no pueda reconstruirse, y lo nuevo sufrirá reveses, caerá, se levantará de nuevo. Pero, para bien o para mal, la situación terminará por resolverse.
Esta certidumbre de resolución es peligrosa, pues puede resolverse en nuestra contra. La diferencia está en buscar las oportunidades y saber aprovecharlas, y en no desfallecer. Porque si nos caemos es para aprender a levantarnos.